18ª REUNIÓN DEL COMITÉ INTERNACIONAL
DE ENLACE ENTRE CATÓLICOS Y JUDÍOS
Buenos Aires, 5 al 8 de julio de 2004
DECLARACIÓN CONJUNTA
Las relaciones entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío han
experimentado grandes cambios desde la Declaración del Concilio
Vaticano Segundo, Nostra Aetate (1965). Dicha Declaración resaltó
las raíces judías del cristianismo y el rico patrimonio espiritual
compartido por judíos y cristianos. En el último cuarto de siglo, el
Papa Juan Pablo II ha aprovechado todas las oportunidades para
promover el diálogo entre ambas comunidades de fe, que considera
como inherente a nuestras identidades. Este diálogo fraterno ha
engendrado un entendimiento y respeto mutuo. Esperamos seguir
llegando a círculos cada vez más amplios y tocar las mentes y
corazones de católicos y judíos y a la comunidad toda.
La 18ª Reunión del Comité Internacional de Enlace entre Católicos y
Judíos se llevó a cabo en Buenos Aires del 5 al 8 de julio de 2004.
Este encuentro, celebrado por primera vez en Latinoamérica, ha
tenido como tema central Tzedek y Tzedakah (Justicia y Caridad) en
sus aspectos teóricos y aplicaciones prácticas. Nuestras
deliberaciones han sido inspiradas por el mandamiento de Dios “ama a
tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19:18; Mt 22:39). Desde nuestras
diferentes perspectivas, hemos renovado nuestro compromiso con la
defensa y promoción de la dignidad humana tal como se deriva de la
afirmación bíblica de que todo ser humano ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios (Gen 1:26). Recordamos la defensa de los derechos
humanos del Papa Juan XXIII para todos los hijos de Dios enunciada
en su Encíclica Pacem in Terris (1963) y le rendimos un especial
tributo por iniciar este cambio fundamental en las relaciones
Católico-Judías.
Nuestro mutuo compromiso con la justicia tiene una profunda raíz en
ambos credos. Recordamos la tradición de ayudar a la viuda, el
huérfano, al pobre y al extranjero emanadas del mandato de Dios (Ex
22:20-22; Mt 25:31-46). Los Maestros de Israel desarrollaron una
amplia doctrina de justicia y caridad para todos, basada en una
profunda comprensión del concepto de Tzedek. Construyendo sobre la
tradición de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II, en su primera
Encíclica, Redemptor Hominis (1979), recordaba a los cristianos que
una verdadera relación con Dios requiere un fuerte compromiso con el
servicio a nuestros semejantes.
Si bien Dios creó al ser humano en la diversidad, los dotó de la
misma dignidad. Compartimos la convicción de que toda persona tiene
derecho a ser tratada con justicia y equidad. Este derecho incluye
compartir la gracia y los dones de Dios (jesed).
Dada la dimensión global de la pobreza, la injusticia y la
discriminación, tenemos una clara obligación religiosa de mostrar
preocupación por los pobres y por los que han sido privados de sus
derechos políticos, sociales y culturales. Jesús, con una profunda
raíz en la tradición judía de sus tiempos, hizo del compromiso con
los pobres una prioridad en su ministerio. El Talmud afirma que el
Sagrado, Bendito Sea, siempre cuida de los necesitados. Actualmente
esta preocupación por los pobres debe comprender a amplios grupos en
todos los continentes para incluir a los hambrientos, los sin techo,
los huérfanos, las víctimas del SIDA, todos los que no reciben
adecuados cuidados médicos y todos aquellos que no tienen esperanza
de un futuro mejor. En la tradición judía, la forma superior de
caridad consiste en derribar las barreras que impiden a los pobres
salir de su estado de pobreza. En años recientes la Iglesia ha
enfatizado su opción preferencial por los pobres. Los judíos y
cristianos tienen igual obligación de trabajar por la justicia con
caridad (Tzedakah) que finalmente llevará a la paz (Shalom) para
toda la humanidad. Fieles a nuestras respectivas tradiciones
religiosas, vemos a este compromiso común con la justicia y la
caridad como la cooperación del hombre con el plan Divino de
construir un mundo mejor.
A la luz de este compromiso común, reconocemos la necesidad de
encontrar una solución a estos grandes desafíos: la creciente
disparidad económica entre los pueblos, la gran devastación
ecológica, los aspectos negativos de la globalización y la urgente
necesidad de trabajar por la paz y la reconciliación.
Por lo tanto, saludamos a las iniciativas conjuntas de las
organizaciones internacionales católicas y judías que han comenzado
a trabajar para resolver las necesidades de los indigentes, los
hambrientos y los enfermos, los jóvenes, los que no tienen educación
y los ancianos. Sobre la base de estas acciones de justicia social
nos comprometemos a redoblar nuestros esfuerzos para resolver las
acuciantes necesidades de todos a través de nuestro compromiso común
con la justicia y la caridad.
A medida que nos acercamos al 40 aniversario de Nostra Aetate, la
declaración del Concilio Vaticano Segundo que repudió la acusación
de deicidio contra los judíos, reafirmó las raíces judías de la
Cristiandad y rechazó el antisemitismo, tomamos nota de los muchos
cambios positivos de la Iglesia Católica en su relación con el
Pueblo Judío. Estos últimos cuarenta años de diálogo fraternal
contrastan sustancialmente con casi dos milenios de la“enseñanza del
desprecio” y todas sus dolorosas consecuencias. Tomamos nuestra
energía de los frutos de los esfuerzos colectivos que incluyen el
reconocimiento de la relación única y continua entre Dios y el
Pueblo Judío y el total rechazo al antisemitismo en todas sus
manifestaciones, incluyendo el antisionismo como una expresión más
reciente del antisemitismo.
Por su parte, la Comunidad Judía ha evidenciado un creciente deseo
de llevar a cabo un diálogo interreligioso y acciones conjuntas
sobre cuestiones religiosas, sociales y comunitarias a nivel local,
nacional e internacional, como lo ilustra el nuevo diálogo directo
entre el Gran Rabinato de Israel y la Santa Sede. Además, la
comunidad judía ha dado pasos en programas educativos sobre
cristianismo, la eliminación de prejuicios y la importancia del
diálogo Judío-Cristiano. Además, la comunidad judía ha tomado
conciencia y deplora el fenómeno del anticatolicismo en todas sus
formas que se manifiesta en la sociedad toda.
En el 60 aniversario de la liberación de los campos de muerte nazis,
declaramos nuestra decisión de impedir el resurgimiento del
antisemitismo que llevó al genocidio y a la Shoá. Estamos juntos en
este momento, siguiendo las principales conferencias internacionales
sobre este problema que se han realizado recientemente en Berlín y
en las Naciones Unidas en Nueva York. Recordamos las palabras del
Papa Juan Pablo II que manifestó que el antisemitismo es un pecado
contra Dios y contra la humanidad.
Nos comprometemos con la lucha contra el terrorismo. Vivimos en un
nuevo milenio que ya se ha visto manchado con los atentados del 11
de septiembre de 2001 y otros ataques terroristas en el mundo.
Conmemoramos el 10 aniversario de las dos trágicas experiencias del
terrorismo aquí en Buenos Aires. El terrorismo, en todas sus
manifestaciones y los asesinatos “en nombre de Dios” nunca se pueden
justificar. El terrorismo es un pecado contra el hombre y contra
Dios. Hacemos un llamamiento a todos los hombres y mujeres de fe a
apoyar los esfuerzos internacionales por erradicar esta amenaza
contra la vida, de tal manera que todas las naciones puedan vivir en
paz y seguridad sobre la base del Tzedek y de la Tzedakah.
Nos comprometemos a llevar a la práctica y difundir las promesas
mutuas que nos hemos hecho en Buenos Aires en nuestras propias
comunidades de modo que el trabajo por la Justicia y la Caridad nos
permita alcanzar el mayor don: la paz. |